31 de julio de 2008

Qué triste es el exilio



Son montañas inmensas estos Andes y es bueno
darse un baño desnudo en sus aguas termales
persiguiendo a una ninfa nocturna y humorista.
Darse un baño de luz turbia en las discotecas
de Quito, de Esmeraldas, de Ibarra, de la noche
a la noche, embrujado por mujeres que sólo
pueden verse de noche, más firmes que la luna.
De bar en bar mi alma abierta hasta altas horas.
Queso de hoja en Cayambe, fritadas de Atuntaqui,
rock mítico y volcanes, velocidad, leyendas
de mi primo contándome al volante su vida.
Oh sí, es triste el exilio. Es muy triste el exilio.
Verónica ha enterrado sus manos en la arena
para buscar mis manos. He encontrado sus manos
y su mirada oscura y rapaz, y el oleaje
no me ha hecho recordar las olas de mi isla.
¡Es muy triste el exilio! ¡Es muy triste el exilio!
Me han llevado a un prostíbulo. ¡Qué triste son las putas!
La fiesta con la reina de belleza y su séquito
es una fiesta regia. Aquí, el tiempo es placer.
Me voy con los que hacen la crónica amarilla
hacia el centro apretado de la ciudad, su fiesta.
Son gente incalculable, sencilla, hospitalaria.
El editor me pide que aterrorice a alguien
a quien le arrienda el piso de los bajos.
Bajo a aterrorizarlo. Salgo aterrorizado
de mí mismo. El vómito no saca esta miseria.
Me voy. Nos vamos, dicen el reportero y el fotógrafo.
Primero hay que pasar, claro, por un prostíbulo.
Al despertar descubro que aquí vive el fotógrafo.
¡La vida es tan extraña! ¡Y es tan triste un prostíbulo!
Me voy para la hacienda de mi tío. Aquí hay
luz, frutas frescas, todas las frutas de la tierra.
Duermo en el cuarto oscuro que fue del monasterio.
Las paredes de adobe, la inmediatez del campo
contiguo, casi adentro, la oscuridad total
y el agua bautismal que es esta lejanía
de todo, de mí mismo, me hacen resucitar.
Mañana encuentro a la mujer de mi vida.
Me marcho a darme un baño en las aguas de Baños
con ella. Esto es la vida. Vamos a hacer un hijo.
Es misterioso el cuerpo. ¡Y es tan triste el exilio!
Vamos bordeando el río Charles, recuerdo a Dámaso,
Boston, Cambridge, la luz, mi hija como un buñuelo,
el olor para siempre de la mujer que teje
su vida con mi vida, en puntadas suicidas,
la cocina de la India, de Japón, de Cambodia,
el gumbo de Louisiana, el austero salmón
con papas de New England… ¡Qué triste es el exilio!
En Nueva York hay arte y atisbos de La Habana,
en Seatle hay mendigos postmodernos y una
estatua a Lenin. Vámonos. En Miami hay veranos
y más veranos, veranos y más veranos. Veremos…
En Tenerife es lento el ritmo de la vida,
perfecto el ritmo de la noche, y la noche.
Voy reencontrando a aquellos que debí conocer
en las calles sin ánimas de mi ciudad. Me hundo
en lo variado, en lo distinto, en lo otro.
¡Qué bellas son la gente que no son como yo!
Estos gestos, New Hampshire, aquí no hay nada mío
—¡qué triste es el exilio, qué triste es el exilio!—
ni nadie que me pueda recordar quien no soy.

6 comentarios:

Alexis Romay dijo...

¡Qué triste es el exilio!

Me alegra (vaya paradoja) ver que estamos en la misma cuerda. Hoy, rumbo al trabajo, apuntaba esa certeza.

Jorge Salcedo dijo...

Bustro, yo acabo de pasar por Belascoaín y estaba reflexionando (en octasílabos) sobre eso mismo, para dejarte una nota. Déjame ver si me alcanzo, tengo que entregar algo (pincha) antes de las 2:00 pm.

Güicho dijo...

Sí.

Y es difícil percibirlo mejor que en un prostíbulo ecuatoriano que no sea en Guayaquil. Bueno, tal vez en un burdel boliviano que no quede en Santa Cruz.

Pero, por el otro extremo, no salir nunca de casa puede ser más afligidor aún.

Jorge Salcedo dijo...

Güicho, un general muy famoso decía: Hay dos cosas en que los amateurs superan a los profesionales: la estrategia y la prostitución.
No recuerdo el nombre del general. Pero la frase es inolvidable.

Heriberto Hernández Medina: dijo...

Triste es la esclavitud, bajar la cabeza y decir, conformitas y aplaudidores: "pero esto ha mejorado mucho". Triste es no tener libre albedrío, morirse de hambre por decreto y no por incapacidad. Triste, triste, triste...
El exilio es un antídoto contra la tristeza total. Es como una vacuna, un pequeña dosis que nos inyectamos para inmunizarnos contra la tristeza mayor. Tenemos el virus de la tristeza dentro y a veces nos sentimos afiebrados pero estamos a salvo de la fiebre total, esa que te roe el alma y te hace creer en la ilusión de que el tirano es magnánimo porque te permite ciertas veleidades dosificadas.

Isis dijo...

Bella y dolorosa esta "sinfonía", es así como la siento.