Al frente de mi casa se alineaban los pinos
en cesiones de arpa y delicada danza.
Más allá de los pinos, al cruzar la calle,
estaba el tecnológico de química alimenticia
"Ejército Rebelde”.
Había estado allí desde el inicio
de los años sesenta, que eran años de guerra
y de preparación para la guerra;
mis padres, mis hermanos y mi casa
tenían memoria de esos años;
la puerta del jardín tenía un agujero
pequeño y diagonal; el baño de visita
en la pared opuesta, tenía dos hermosos
agujeros redondos, diagonales, en ambas alas de la puerta
tras de la cual, por suerte, no había muerto nadie.
El Ejército Rebelde era primeramente
la piscina, el campo de fútbol y el diamante de béisbol
en donde yo seguía la carrera
del short stop, un tal Giraldo González
a quien entonces le decían “La Trampa”
y en donde los jonrones se iban a la Siberia
que era como llamaban a los albergues de varones
detrás del center field. Era también un espectáculo
ver jugar fútbol a los angolanos
y el chapoteo de las guajiritas en la piscina semi-olímpica,
porque aquel tecnológico era un coctel de nuevo tipo
y media Cuba y medio mundo tenían cabida en él;
habían trozos vivos de toda Centroamérica,
nicaragüenses, salvadoreños, guatemaltecos, hondureños
con un pasado de pólvora reciente.
El Ejército Rebelde fue la sede por un tiempo del Poder Popular,
quiero decir que allí se reunían los vecinos
de la Circunscripción #14
para hablar de los baches y las demoras de las guaguas
mientras los niños correteábamos
por los inmensos corredores laterales
que yo creía idóneos para montar patines.
En pocas y selectas ocasiones, no obstante,
también los niños recibíamos papeles protagónicos;
y es posible que Pipo aún recuerde
que siendo pioneritos nos apostaron una vez
como custodios de las urnas
para las elecciones del Poder Popular,
en nuestros uniformes rojo y blanco.
Imagino el efecto de mi inocencia uniformada,
pero lo que recuerdo es que al volver a casa
lanzábamos las boinas rojas sobre la cerca
del Ejército Rebelde, una vez y otra vez,
y el viento las traía de vuelta a nuestras manos.
Ahora el Ejército Rebelde lo convirtieron en hotel
y el tecnológico de química alimenticia
lo enviaron al campo. La casa de mis padres
pertenece a un español, y en donde estaban los pinos
se alza una cerca de cemento de tres metros de altura.
El hotel, me comentan, se especializa en la rehabilitación
de drogadictos extranjeros,
por lo que quizás valga levantar una queja al Poder Popular,
Circunscripción #14,
o infiltrar un comando con los niños del barrio,
entrenados y financiados por la CIA,
a sabotear la instalación.
6 comentarios:
genial..todos, en esos años, zigzagueabamos por los portales de la inocencia...gracias por llevarme a todos esos, nuestros lugares pequeños.
Ida
Portales de la inocencia… Me gusta esa frase. Me recuerda a mi abuela. Es raro.
Gracias.
Salsa, como único sabemos que andas bien es por este blog. Melbi, que no se puede comunicar contigo.
Todo...absolutamente todo está conectado...a nosotros nos gusta mucho tu poesía.
Ida
No sé si "Mi vida en el Ejército Rebelde" es ya o será, pero tanto en presente como en futuro, siempre será un libro excelente.
Gracias, David. Es un libro del 2001. Pero no se ha publicado.
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