Quiso una Cuba altiva y plenamente independiente de los Estados Unidos, del capital extranjero, de la aristocracia y burguesía locales, de los poderosos granjeros, industriales y comerciantes, de los partidos políticos, de la separación de poderes, de las iglesias, templos, asociaciones, órdenes y escuelas religiosas, de los sindicatos de campesinos y obreros, de los medios de enseñanza privados, de las imprentas, emisoras, canales, galerías, teatros y editoriales privados, de todas las empresas privadas, de los gremios y asociaciones profesionales autónomos, de las organizaciones de derechos humanos, de la prensa independiente, de los intelectuales críticos, de los artistas irreverentes; una Cuba completa y minuciosamente dependiente de él. Y lo logró.
En Estados Unidos, Latinoamérica y Europa, la izquierda lo llora.
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