26 de agosto de 2008

La parada (un regalito)

Hoy cumple años el Imparcial Digital. Eufrates y su equipo se las han arreglado para hacer un blog ameno, que se hace querer. Siempre hay algo que aprender en el Imparcial Digital, ya sea sobre la Isla o sobre la vida de Eufrates en su más acá neoyorkino. Y es fantástico aprender de alguien que no pretende sentar cátedra, que genuinamente comparte lo que conoce, lo que ve y lo que siente. Eso es lo que más me gusta del Imparcial Digital. Siempre salgo de ahí con una carga positiva, como si me hubiese dado un baño de decencia. Sobre todo los sábados. Por la decencia, y por el primer año del Imparcial Digital, Eufrates: ¡Felicidades!

El poema que sigue fue mi regalo de cumpleaños. Eufrates ya lo publicó pero noto que, en cierto sentido, es un regalo de pobres. En el Imparcial abundan las crónicas sobre pueblos, monumentos y visitas a lugares muy diversos, todos interesantes. Este poema es una lista de las paradas de las guaguas donde yo he perdido el tiempo, literalmente, en Cuba. ¿A quién se le ocurre invitar a nadie a pasar su cumpleaños en una parada de guaguas? Eso mismo me pregunto yo.

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La parada

La parada es el sitio donde paran las guaguas
o debieron parar, hace unos cuantos años.
Y como yo he tenido más paradas que novias,
algunas memorables, quiero explorar ahora
lo que queda de ellas en mi vida,
y hacer el inventario de mi espera.

La primera parada que recuerdo
es la parada al frente de mi casa,
suprimida hace mucho, siendo aún niño,
sin más detalle que un tronco rústico de banco
que fue obra de Molina, el custodio del pozo,
recio y trabado como un tronco él mismo,
muerto de infarto esperando la guagua
que lo traía a su trabajo.

La primera parada de la 32, un poco más cosmopolita,
pues nos llevaba a Miramar y el Vedado
y estaba salpicada por la gracia
de los alumnos de la Escuela de Arte.

La última parada de la 92
en Arroyo Arenas, más pueblo que ciudad,
en donde había un restaurante administrado por las moscas
y a donde vine a parar yo un buen día
en mi primera exploración del mundo,
solo, seis años, con paliza pendiente.

La fila de paradas a la entrada del Náutico
en donde se embarcaban
expreso a Buena Vista, Marianao y La Lisa
la muerte y su cortejo de muchachos,
los pantalones y las faldas húmedos,
el torso descubierto y veraneado.

La parada al pie de La Colina, a la salida de San Lázaro
donde aún eran visibles
los garabatos antibatistianos
que hicieron los muchachos de la FEU
en una época mejor.
Y esa otra parada en la terminal de trenes
donde aún eran visibles los rieles del tranvía
que había transitado por La Habana
a principios de siglo —mi abuelo había sido
superintendente de tranvías, me contaba mi madre,
y yo pienso que un tranvía es mejor que una guagua,
me subo sobre el muro para mirar los trenes
y pienso que los muros de antaño son más sólidos,
que no hay en torno mío nadie capaz de hacer una locomotora,
que es difícil seguro cambiar de riel y mucho más,
pienso más, mucho más, porque la guagua se demora.

La parada del Quibú, en donde Jose y yo,
a la salida del gimnasio —7mo. grado— nos sentábamos
a piropear cuanto pasara
y a ver los carros último modelo
saliendo de la tienda para los extranjeros
sin extrañarnos nunca, que yo recuerde, de que hubiera
tiendas para extranjeros, vedadas para mí,
quizás vedadas para Jose.

La parada de La Estrella, por estos mismo años,
en donde comencé a coger escena,
es decir, a ir colgado de las puertas
y de las ventanillas de las guaguas,
impresionando a los impresionables,
dando algún interés a la tragedia
y a la agonía del transporte.

Y también, por qué no, la parada a la entrada
de San Agustín, el caserío aquel
sin gracia y sin aceras, polvoriento,
ajusticiado socialmente en las afueras de La Habana.
De aquí salieron los primeros
ancestros del camello, los interconectados,
también de aquí salieron mis sospechas
de que en la arquitectura hay más historia
que en los libros de historia,
de que basta esperar porque la espera es un anuncio,
aunque la guagua se demora, y a veces uno se pregunta
si aún pasa por aquí, o si la habrán desviado…

4 comentarios:

Isis dijo...

Ay, Salcedo, ya te había leído chez Eufrates, pero ahora vuelvo aquí. Excepto la del Quibú, las recuerdo todas.

Jorge Salcedo dijo...

Bueno, éstas son, en su mayoría, las paradas de mi infancia. Ese es el ámbito en el que se mueve este poema y todos los poemas del libro. Luego la cosa se complica. Endemoniadamente.

Eufrates del Valle dijo...

Salcedo, tu regalo fue maravilloso. De que lugar comun no se salvo nadie en Cuba si no fue de una parada. (Viste la ilustracion al final de tu poema? Algo sacado verdaderamente del baul de los recuerdos).

Fue un honor para El Imparcial Digital que estrenaras este maravilloso poema "costumbrista" en su aniversario.

Miles de gracias, amigo!

Jorge Salcedo dijo...

Eufrates, le confieso que me "volé" la ilustración de "Pioneros". Va bien con el poema. Ese suplemento estaba en una neurona dormida de mi cerebro que usted ha despertado.