La vida huele bien, tiene once meses
y se llama Dalila. Balbucea
su corazón y el mío en el otoño
de Cambridge, el auténtico, el cobrizo,
luego clava sus dientes en mi carne
exploratoriamente —pego un grito
y ella cae de nalgas exquisitas
sobre la cama familiar. La vida
huele bien, cae de nalgas, balbucea
su corazón y el mío en el otoño.
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