A través del blog de Ichikawa me entero de esta historia, aparecida en Zunzún, el sitio de los niños cubanos. Me ha conmovido mucho y me ha recordado otras tantas que escuché en mi niñez. Quiero recontarla aquí, en verso, como ocurrió, intentado recuperar la voz, el estilo, la luz épica y la dulzura didáctica que hemos conocido los niños cubanos por varias generaciones.
¿Has oído tú la historia
del niño que salvó al Che?
El zunzún de la memoria
ronda la flor del mamey.
Iba un niño distraído
por la manigua cubana,
cuando escuchó tras las lomas
un escándalo de balas.
Unas balas eran buenas
y las otras batistianas
y el niño, como era niño
al vuelo las descifraba.
De repente, entre la yerba
el niño se encontró un arma,
y en una zanja, no lejos,
un guerrero reposaba.
Vení acá, dijo el barbudo
con acento de La Plata,
en un susurro que al niño
estremeció de esperanza.
Como el niño no sabía
el manejo de las armas,
el guerrero, con su rifle
de paz lo alfabetizaba.
Luego, burlando al ejército
que los yanquis apoyaban,
el niño y el combatiente
llegaron a las montañas
donde ya la libertad
se mecía entre las palmas.
Tras un café y un descanso,
el guerrillero proclama:
este niño me ha salvado,
este niño es la esperanza.
¡Bravo! gritaron los bravos
que siempre lo acompañaban
y el jefe de los barbudos
reveló con voz pausada:
muchacho, yo soy el Che,
el comandante Guevara.
Aquel niño desde entonces
se hizo uno con su arma
y el Ejército Rebelde
fue su casa y le dio casa.
¿Has oído tú la historia
del niño que salvó al Che?
El zunzún de la memoria
ronda la flor del mamey.
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