Se ahueca la voz, el tórax, la sintaxis, las pupilas para prestarle resonancia a la cascada apostólica, al incordio fraternal de la cubanidad rasante. Los demás trapichean con los despojos de la patria, que ya no es más que despojos, pero el profeta, desde adentro, desde el sinfín de lo cubano, borbotea dignidad y tibia esencia humanista.
Se puede entender la poesía como la desesperación de la lógica, pero no basta la incoherencia para mellar en lo poético. Yo no quiero la normalización de las relaciones entre la tiranía cubana y la democracia norteamericana. Yo no quiero la normalización de las relaciones entre la tiranía cubana y ninguna democracia.
Que alguien me explique cómo me beneficia a mí, en Estados Unidos, o a mi madre, en Cuba, que la ausencia de los más básicos derechos humanos en nuestro país sea tenida mundialmente como una situación normal. Que alguien me explique por qué es conveniente tratar de manera normal al abusador, al ladrón, al criminal que frente a mí asalta a los transeuntes y establece con su banda el imperio del terror. Y que luego me explique cómo la razón de estado legitima esa actitud en el trato entre gobiernos.
Mientras tanto, tome nota el profeta indignado y los livianos sicofantes de la fraternidad, porque también a mí me cansa y me encojona con cojones su defensa constante de ese estatuto de normalidad que reclaman para el trato con los criminales natos que vapulean mi país.
1 comentario:
Salcedo que decirte... En todo de acuerdo contigo, es una desfachatez.
Niurki
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