Hubiera llegado a ser tan grande como George Eliot
de no haber sido por la adversa fortuna.
Basta mirar la foto que me tomó Penniwit,
el mentón en la mano, los párpados dormidos,
la mirada sombría y penetrante.
Pero tenía ante mí el más antiguo dilema:
¿sería célibe, casada o impúdica?
John Slack, el opulento boticario, me cortejaba entonces,
seduciéndome con la promesa
del tiempo libre para escribir mi novela,
y me casé con él, tuve ocho hijos,
y no me quedó tiempo de escribir.
Mis días terminaron, en resumen,
al encajarme una aguja en la mano,
mientras lavaba la ropa de los niños,
y morirme de tuétano —una muerte irónica.
Pongan atención, almas ambiciosas,
el sexo es la condena de la vida.
Edgar Lee Master: Spoon River Anthology
Traducción: © Jorge Salcedo
1 comentario:
No pierde nada, ni siquiera ahora que el sexo es mas libre...gracias
Publicar un comentario