23 de octubre de 2012

Del sádico y el mudito



La supuesta aparición de Fidel Castro, su supuesta carta, su supuesto voto, su supuesto artículo y sus supuestas fotos han matizado mucho su supuesta muerte. Aquellos que “filtraron” y “confirmaron” la “noticia” del “derrarme cerebral”, el “pulmón artificial” y la “muerte encefálica”, citando fuentes “confiables”, nos deben plata. Una cosa es en jarana y otra en modo informativo. Sus partes médicos resultaron menos precisos que los del doctor Rubiera, del Instituto de Meteorología de Cuba. Para la medicina, Fidel Castro está vivo. 

Para la Historia, por supuesto, Fidel Castro ya es historia. Porque un Fidel Castro en fotos o en tercera persona, diferido y referido, no tiene nada que ver. Fidel Castro sin imágenes en movimiento no es Fidel, ni Fidel Castro, ni Castro. El Ché Guevara es todo él en la imagen estática y dichosamente muda, su atuendo impecable a la moda guerrillera de entonces, su melena ondeando al viento bajo la boina estrellada, su mirada perdida en los confines de la pampa, invitando a imaginarlo, a acompañarlo, a fantasearlo. Para eso son los modelos. Fidel, en cambio, fue siempre la imaginación activa, la energía arrolladora, imponente, presente, presencia en vivo y en directo frente a un público arrobado y arrebatado por su verbo. Fidel no dejaba nada a la imaginación. Ahora su rostro alelado, posando con entourage familiar propio y ajeno en un refrigerador ambulante o acariciando las ramitas de una mata de moringa, rodeado por edecanes que anticipan su desplome, es papilla de legión. Fidel Castro está muerto, consumado y consumido en la historia de Cuba. Y quiérase o no, ser cubano será convivir con eso, ser parte de eso para siempre.

A Raúl Castro le toca administrar los escombros de la imagen de su hermano y de su Revolución. Le toca poner en orden el cuarto donde Fidel jugaba en grande a la Historia, recoger los juguetes, limpiar el piso y arreglar los muebles antes de que llegue Lina con la chancleta en la mano. A él no le está permitido salirse por la tangente alegando que Martí fue el autor intelectual del reguero. A él lo tienen por sádico, no por loco. Y con cierta razón. Cómo se explica si no que haya publicado aquellas “Reflexiones de Fidel” y estas fotos del mudito que es, sin dudas, su autor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un hecho, está muerto pero ha hecho tanto daño el HP que no es que lo queramos ver vivo, sino que gozaramos de "sumo gusto y sana distinción" si lo vieramos en la mismisima hoguera del infierno.

Anónimo dijo...

Aunque no apruebo y lamento en el alma, que una persona tan brillante y locuaz como Fidel se haya dejado tentar por el poder y al caer en la tentacion durante toda su existencia, haya dejado a Cuba en piltrafas, de lo que fue una isla hermosa, exuberante y prospera antes de conocerlo. Debo reconocer que como describes a Fidel " Fidel, en cambio, fue siempre la imaginación activa, la energía arrolladora, imponente, presente, presencia en vivo y en directo frente a un público arrobado y arrebatado por su verbo. Fidel no dejaba nada a la imaginación.convencer e ilusionar al mas incredulo " es lo que ha causado en mi, una admiracion de su personalidad, Tristemente o tal vez deberia decir Felizmente, no se que decir, eso traera consecuencias sobre la isla que ahora queda en manos de quien sabrá como juzgar y gobernar para ayudarla a revivir o tal vez ayudarla a morir.

Jorge Salcedo dijo...

Anónimo 2:54 p.m.:
Ayer, de regreso a casa, sintonizaba una estación de radio dedicada exclusivamente a stand-up comedy y uno de los comediantes estaba haciendo sus chistes sobre el Pledge of Allegiance americano (el juramento de fidelidad a la bandera) porque incluye la palabra “indivisible” y ésta, según él, es una palabra ridícula y anticuada, que nadie usa. Pensé en esto enseguida cuando leí tu comentario porque creo que juzgamos a la gente de un modo indivisible, y no porque no veamos las buenas cualidades de los malos o las malas cualidades de los buenos—perdona que simplifique— sino porque la admiración, el desprecio o la indiferencia son como un saldo que nos queda, una vez que ponemos en la balanza todas las cualidades de alguien. Fulano es amable, bruto y aburrido; Mengano es organizado, gracioso y ladrón; Zutano es sincero, apasionado, impertinente, distraído… En fin, que atendiendo a todas las cualidades que notamos y la importancia o gravedad de ellas, y también cómo nos afectan muy personalmente, concluimos que admiramos o detestamos a alguien, o nos es indiferente. Yo creo que la elocuencia, la pasión, la energía, la capacidad organizativa y de trabajo de Fidel Castro eran admirables, y también su carisma, su capacidad de conectar emocionalmente con el público. El problema, por supuesto, es que puso todo esto en función de su infinita egolatría y sacrificó a todo un pueblo para satisfacerla. Intenta recordar alguna muestra de admiración de Fidel por la obra independiente de los cubanos, antes o después de su revolución. Fidel Castro solo alaba a sus ‘precursores’ o a sus seguidores y los resultados, bastante tergiversados, de su propia obra de gobierno. La única Cuba que le importa es la que lo prefigura o refleja: el protorevolucionario, el protocomunista, los logros de la revolución, etc. Su amor a Cuba fue el disfraz de su amor a sí mismo y la defensa de la independencia del país fue la defensa exclusiva de su prerrogativa a hacer en él y de él lo que le viniera en ganas. En vez de liberar la energía creativa de los cubanos y ayudarlos a conseguir sus propias metas individuales y colectivas, incluida la meta del autogobierno, prefirió rebajarlos a ser instrumentos suyos —de Fidel, se entiende—y destruir a aquéllos que se resistieron a serlo. No previó que la labor libre e independiente de los cubanos pudiera crear un país más próspero, feliz y justo que uno diseñado y administrado por él en todos sus detalles. En eso fue más mezquino, manipulador y tiránico que ningún otro gobernante cubano. Y menos inteligente que varios. El saldo, para mí, es rojo.