El simulacro de elecciones que se celebra hoy en #Cuba es un tributo inconsciente de la revolución a la república. La necesidad de montar la farsa electoral conlleva el reconocimiento de la legitimidad democrática: no hay elecciones, pero debería haberlas. En Cuba se designa a los que tienen poder, se elige a los figurantes, previo proceso de depuración en el que deben demostrar que saben hacer la ola. De ese proceso se encarga la Comisión Electoral. Y el “se” impersonal va sobrando. Designaba Fidel, ahora designa Raúl y su cadena (nunca mejor dicho) de mando, en el más centralizado de los mundos posibles. Me dirán que ya no, que las reformas raulistas han cambiado y van cambiando el panorama cubano. Hay algo de cierto en ello, pero no mucho. Si quieren entender la reformas raulistas, repasen la política del “buen tratamiento” de los esclavos en el siglo XIX y sus consideraciones económicas, políticas y sociales. Las reformas de Raúl también intentan remediar la decreciente productividad de su dotación, su baja tasa de natalidad, el exilio cimarrón, la resistencia pasiva de hacer lo mínimo que se le ordena y hacerlo de mala gana o simular que lo hace, el sabotaje laboral y el desvío de recursos, el trapicheo de casas, autos, visas y muchas otras “irregularidades” que deprimen los ingresos de la turistocracia cubana del siglo XXI. Solo que ésta, a diferencia de la sacarocracia esclavista del XIX, tiene también el poder político y militar de la isla y ejerce un control social que aquélla ni siquiera podría imaginar. Las reformas raulistas son un síntoma de la desintegración del régimen totalitario como la política del “buen tratamiento” lo fue del sistema esclavista, aunque esa desintegración no conlleve la aparición automática de una república democrática y libre. Ésa hay que imaginarla y construirla entre todos los que sienten la necesidad de vivir en libertad, no va a caer por su peso ni va a llegar de la mano de los que solo buscan condiciones más suaves y llevaderas de sometimiento.
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