24 de agosto de 2008

Aprendizaje


Estos atardeceres
me hastían
pero antes
me conmovieron mucho.
Imposible saber
qué buscaba yo entonces
en la azotea de mi casa,
en la costa de Flores.
El horizonte, nítido;
el sol, disco perfecto;
azul, rojo, naranja, malva, disperso todo
como en la mesa de un pintor.
Yo hipnotizado, resolviendo mi vida
como si todo consistiera
en aprender a despedirse.

Foto de Lando: Atardecer en La Habana.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Que sentimiento da ese poema, es suave y nostálgico.

Anónimo dijo...

esos atardeceres nos dicen algo pero que fastidio... hablan en un lenguaje que no es el nuestro y terminan como la promesa de una conversacion de luminosas revelaciones que nunca llegamos a establecer.

Jorge Salcedo dijo...

Bueno, para mí fueron como un largo —y a la postre inútil— entrenamiento para las despedidas.

Anónimo dijo...

esos atardecer sirven para instalarnos en la fugacidad, para la belleza de lo efimero. y para que un poeta los remonte. gracias, salcedo.

Isis dijo...

La misma sensación, pero eres tú quien la expresa.