Mi padre, quien era el dueño de la tienda de carretas
y había hecho su fortuna herrando caballos,
me envió a la Universidad de Montreal.
No aprendí nada y regresé a casa
y anduve por los campos con Bert Kessler
cazando codornices y agachadizas.
En el lago Thompson, el disparo de mi arma
rebotó en el costado del bote
y me abrió un hueco enorme en el pecho.
Un padre afectuoso erigió esta columna de mármol sobre mí,
encima de ella se alza una figura de mujer
tallada por un artista italiano.
Dicen que las cenizas de mi tocayo
fueron esparcidas cerca de la pirámide de Caius Cestius
por algún lugar cerca de Roma.
Edgar Lee Master: Spoon River Anthology
Traducción: © Jorge Salcedo
1 comentario:
Otro gran poema, Jorge. Que se puede decir? Es el horror hecho cotidianidad, narrado con naturalidad y hasta delicadeza. Bueno, eso considerando que la muerte, a pesar de ser inevitable, no deja de ser eso, un horror.
Abrazo.
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