La tierra aún conserva algunas vibraciones
ahí, en tu corazón, y eso eres tú.
Si la gente se entera de que puedes tocar,
bueno, debes tocar, hasta el fin de tus días.
¿Ves un campo de trébol?
¿O una pradera para andar hacia el río?
Sopla el viento en el maízal: bien te frotas las manos
por los bistecs que enfilan listos para el mercado,
o percibes el roce de unas faldas
como el de las muchachas bailando en Little Grove.
Para Cooney Potter, una columna de polvo
o un torbellino de hojas eran señales de sequía,
a mí me recuerdan a Sammy el Pelirrojo
midiendo sus pasos, cantando Toor-a-Loor.
¿Cómo puedo labrar mis cuarenta hectáreas
(¡ni hablar de acrecentarlas!),
con esta mezcla de cornetas, fagotes y flautines
que agitan en mi mente cuervos y petirrojos
y el chirrido del molino de viento —si sólo fuera esto?
Ni una vez en mi vida comencé a arar la tierra
sin que alguien se detuviera al borde del camino
y me llevara para un baile o un picnic.
Al final de mis días tenía cuarenta hectáreas,
un violín roto y una risa quebrada,
y miles de memorias y ni un solo
remordimiento.
Edgar Lee Master: Spoon River Anthology
Traducción: © Jorge Salcedo
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