Chirrín Chirrán

Últimamente, confieso, me cuesta mucho concentrarme en la política doméstica de los Estados Unidos y en las disputas barrioteras de la cubanidad. Me resulta difícil superar la sensación de que escribir una apostilla al discurso de Obama —fue hace apenas unas horas— o al anunciado concierto de los Van Van en Miami —será en apenas unas horas— es convidarme a olvidar la seriedad de la vida y sus genuinos esplendores.

Es muy difícil juzgar a alguien por sus discursos. Sobre todo a los políticos. La frase suena bien como de uno de esos chistes que hay que decir con cara seria, pero no logra convencerme. Escuchar a Obama ayer recriminar abiertamente la decisión de la Corte Suprema ante los jueces de la misma, invitados de honor y ejemplarmente neutrales en el diseño puntilloso del Estado de la Unión, le da un elemento de juicio suficiente y elocuente a cualquiera que lo tenga. Fue una falta de decoro, pero fue también un ataque a la separación de poderes que ha garantizado el funcionamiento de este país por más de 200 años.

"Dicho sea con todo respeto por la separación de poderes…" Así comenzó Obama su frase y lo que siguió, por supuesto, fue justamente lo contrario. A mí, que no soy su fan, aunque tampoco siento por el actual presidente ese rechazo visceral, obsesivo y obcecado que observo en otros cubanos, me pareció familiar ese abuso de la tribuna y de la intervención televisada contra el debido balance del orden republicano. Fue solo un eco, una reminiscencia, una secreción espontánea de mi glándula cubana. Pero fue suficiente. Hoy lloverán los análisis sobre cada una de sus palabras. Mi fe en su gestión la resume el estribillo de Van Van.