17 de noviembre de 2013

Pueblo, esa mala palabra


La furia de los conversos y la vehemencia de los recién llegados pueden hacerme detestar mis más antiguas preferencias. Debo contener ese impulso con cada nueva oleada de opositores cubanos que toca esta ribera, aventados por la historia, amontonados por la geografía. ¡Qué de barcos, qué de barcos! ¡Qué de negros, qué de negros! Eso de llamarles “negros” a los recién llegados es ocurrencia de Nicolás Guillén, nuestro poeta de lo nacional. Pero ya apenas quedan negros en Cuba, según el último censo. Ahora todos somos barcos.

Similar al encono de los nuevos creyentes es el despecho de aquéllos que alguna vez nos amaron. Nadie nos odia con tanta devoción y acedía, nadie nos ignora con tanta meticulosidad. Pero mejor no entrar ahí. Aquí hablo apenas del desengaño político, del despecho de aquéllos que se entregaron a un líder, una causa, una idea en su más tierna edad y ahora reniegan de todo lo que pueda recordárselos. La verdad es que ni siquiera es necesario haber amado, basta haber crecido allí, en un cuarto modesto contiguo a la utopía, adormecidos al arrullo de la nana social o presionados a escucharla, tararearla, pestañearla, saborearla a toda hora.

A quienes tuvimos la desdicha de nacer y crecer durante los diez primeros quinquenios grises del castrismo, nada nos lo evoca tanto como la palabra  “pueblo”. Y con razón. Hace algún tiempo me entretuve en colocar en Wordle los discursos de Fidel Castro y pude comprobar visualmente la preeminencia del vocablo. "Pueblo" es un concepto central en la demagogia castrista y esa centralidad solo puede disputársela la inefable “Revolución”. Revolución, Pueblo, Cuba, País, Patria, Partido, en boca de Fidel Castro, son seudónimos de él mismo y de ahí proviene seguramente la alergia que nos producen.

Pero el uso demagógico de éste o aquel vocablo no debe hacernos creer que carecen de sentido o son, necesariamente, material exclusivo de demagogos. Creer que existen palabras demagógicas es tan inocente como creer que existen palabras poéticas. Si demandamos que los políticos renuncien a todas las palabras usadas por los demagogos, los condenamos al silencio. 
Existe el pueblo, por supuesto que existe. Y no hay ningún problema en llamar pueblo al conjunto de individuos que comparten vigencias sociales plenas y un repertorio común de experiencias colectivas con continuidad histórica. Claro que el término ha sido manipulado mil veces con criterios raciales, clasistas, ideológicos, para excluir a unos y azuzar a otros; claro que en nombre del pueblo se han cometido mil crímenes—ni más ni menos que en nombre de Dios, la justicia, la paz, la libertad, la patria y la virginidad de María. Ciertas nociones como “pueblo elegido” o “pueblo excepcional” y sus contrapartidas: pueblos prescindibles y enfermos, siempre serán peligrosas. Pero de poco vale renegar del vocablo y parlotear sin sentido con el sagrado arrebato de los “conductores de pueblos”, gente de lo más exaltada y de las más palabreras. Hablemos claro y sin complejos ni histerias cuando hablemos del pueblo, aunque sea para distinguirnos de los charlatanes de pueblo.

Gráfico: Representación visual del discurso de Fidel Castro el 1ro de enero de 1959. El tamaño de las palabras es directamente proporcional a su frecuencia.

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